Hablo con una amiga brasileña sobre “Ciudad de Dios”, la extraordinaria película que conquistó a los críticos y a los festivales del primer mundo, y a los del resto del mundo. Al ver Ciudad de Dios la experimenté más como una película, como una ficción entretenida. A pesar de la evidente violencia urbana, entre adultos, entre niños, y la ausencia del estado en la ciudad del redentor (no la ausencia de la seguridad del estado, sino la ausencia del estado como promotor de la sociedad y el bienestar), sentí la película más como una obra cinematográfica que como una denuncia de la realidad que vive la mayoría de la población, de los niños, en Brasil y en el mundo.
La realidad, la verdadera realidad, finalmente apareció con las palabras simples de mi amiga Ana Flora. Ella es de Río de Janeiro. Ha trabajado en los barrios ultra-deprimidos de Río. Me cuenta detalles de la ciudad olvidada por dios. Y con palabras contundentes describe una de las más terribles consecuencias de la pobreza y la violencia en Río, en Brasil, en el Mundo.
Me dice:
“La situación ya es tan cabrona que en Río la gente le tiene miedo a los niños. Puedes imaginar una sociedad tan enferma en la que los adultos le tienen miedo a los niños? Cuando van conduciendo, parados en un semáforo, la gente se llena de pánico al ver que un niño pobre se acerca a su carro. Cierran las ventanas, miran para otra parte, con la esperanza de que ese niño no sea el atacante armado que les haga rendir cuentas. Lo imaginas?”
Me aterra escucharla. No es nuevo. Pasa en Colombia también. Aunque todavía no es un terror que aceche la mente de los colombianos (el desempleo, los paseos millonarios, el secuestro, son miedos más poderosos por ahora). Sin embargo, en una edición de marzo de 2004 de la revista Cambio (Colombia) una mano joven que empuña un revolver ilustra la portada, y apunta hacia el artículo central: Los Chicos Malos. En resumen (y siempre con el estilo superficial de la revista), la tasa de criminalidad entre menores se ha disparado en los últimos años. En poco tiempo, los niños que viven en pobreza y en miseria, y que día tras día cruzan los laberintos del tráfico urbano, serán uno más de los miedos que aterran a los colombianos, como ya ha pasado en Brasil. Un ladrillo adicional en la pared de terror que condena a nuestra sociedad a un espacio de desconfianza hacia el otro, de parálisis social y de supervivencia básica, totalmente individual.
Hacia esa ciudad, vayamos con Dios.
No comments:
Post a Comment